domingo, 1 de junio de 2008

EL MIEDO AL DESALIENTO

La tormenta dentro de nosotros que puede provocar que nuestra actitud se
estrelle es el miedo al desaliento.

Elías es uno de mis personajes favoritos de la Biblia. Nunca un hombre de Dios tuvo un
momento de mayor alegría que el que tuvo en el Monte Carmelo. Persistencia, fe, poder,
obediencia y oración efectiva caracterizaron a Elías cuando estaba frente a los adoradores de Baal. Pero esa victoria de 1 Reyes 18 fue seguida por el desaliento de 1 Reyes 19. Su actitud cambió de persistencia delante de Dios a inculpamiento a Dios por sus problemas.

El temor reemplazó a la fe. El poder desapareció frente a la lástima, y la desobediencia
reemplazó a la obediencia. ¡Cuán rápidamente cambian las cosas! ¿Le parece esto familiar?

Lea 1 Reyes 19 y descubra cuatro pensamientos sobre el desaliento:

Primero, el desaliento lastima nuestra imagen.

Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro;
y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor
que mis padres (v. 4).

El desaliento nos hace vernos menos de lo que somos. Esto llega a ser más grave
cuando nos damos cuenta que no podemos actuar de una manera incongruente con la forma en que nos vemos a nosotros mismos.

Segundo, el desaliento nos hace evadir nuestras responsabilidades:
Y allí se metió en una cueva donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el
cual le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? (v. 9).

Los Elías de la vida se forman en los montes carmelos, no en las cuevas. La fe nos hace
ministrar. El temor nos trae solamente miseria.

Tercero, el desaliento nos hace culpar a otros por nuestros apuros:

El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los
hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a
tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida (v. 10).

Cuarto, el desaliento empaña los hechos:

«Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y
cuyas bocas no lo besaron» (v. 18).

De uno a siete mil. No hay duda: El desaliento había significado un número en este gran
profeta. Y si eso sucede a los grandes hombres, ¿qué podemos pensar de nosotros? El
desaliento es contagioso.

Tal vez hayan oído la historia del individuo que iba a saltar desde un puente. Un
inteligente oficial de policía, lenta y metódicamente, fue hacia él, hablándole todo el
tiempo. Cuando estuvo a pocas pulgadas del hombre, le dijo: «Nada puede ser lo
suficientemente malo como para que te quites la vida. Cuéntamelo. Háblame acerca de
eso». El que iba a saltar le contó cómo su esposa lo había abandonado, cómo su negocio se había ido a la bancarrota, cómo sus amigos lo habían dejado. Todo en la vida había perdido sentido. Por treinta minutos le contó la triste historia al oficial de policía. ¡Entonces ambos saltaron!

Todos estamos sujetos a las corrientes de desaliento que pueden arrastrarnos hasta una
zona peligrosa. Si conocemos las causas del desaliento, podemos evitarlo con más
facilidad.

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